La Carboná de Castilleja

Calle Camilo José Cela, 2, 41950 Castilleja de la Cuesta
Teléfono: 644118242

Sobre el papel la idea no suena demasiado sugerente. ¿Quién querría entrar en un restaurante donde solo pudiéramos pedir un tipo de plato? Pues sabed que, a pesar de lo que pueda parecer, este tipo de establecimientos empiezan a hacerse fuertes en muchas ciudades de nuestro país. Pero esta arriesgada y original idea, es algo que ya teníamos en Sevilla hace muchos años, concretamente desde 1970 en Castilleja de la Cuesta. La Carboná siempre ha sido un restaurante con una propuesta improbable: un clásico para los sevillanos, con una carta compuesta por un solo plato. Después de varios años cerrado, con una reapertura fallida a causa de la pandemia, y cuando pensábamos que había desaparecido para siempre, nos sorprenden con una nueva inauguración, manteniendo toda su esencia. Conozco La Carboná desde sus orígenes y siempre me ha parecido un restaurante singular en el que poder disfrutar. Imposible estresarse al mirar su carta, ya que solo existe un plato como protagonista: Filetes de cerdo, ternera o pollo, presentados en crudo y cortados en finas láminas, perfectas para hacerlas en una parrilla individual, con guarnición de patatas fritas caseras y ensalada de lechuga y tomate. No hay más. La única variable que existe, y también única decisión que debéis tomar, es el punto de la carne y la sal que le vais a poner, pero como se remata en mesa, la conclusión es solo vuestra.

Pocas cosas más españolas y mundanas que un filete con patatas. Pocas cosas más originales para elevar una oferta como esta en algo tan apetecible, y servirlo en un hermoso restaurante con aspecto de antiguo bodegón pintado de colores terrosos, con mesas de madera y sillas bajas de enea, algo complicadas para alojar unas piernas excesivamente largas. Los clientes parecen estar comiendo en mesas de suelo estilo japonés. Algo que forma parte importante de su encanto. De cualquier forma, el que no quiera ejercitar las rodillas, se puede sentar en mesas normales con sillas ordinarias. En el centro, una zona de ventanales que dan luz al espacio, una gran lámpara de forja rueda de vagón y una espléndida chimenea de hierro que cuelga con cadenas sobre el hogar del salón. Detrás, la barra de servicio y todo el salón con grandes separadores de piedra alrededor, dándole ese aire rústico que ha tenido desde su apertura, allá por los 70s. La luz del local unida a la que producen las brasas en el centro de las mesas, le dan un aire muy acogedor por la noche. Al frente de la Carboná encontramos a John Gordon (su dueño de siempre), un sevillano de padre norteamericano que lleva media vida dedicado a este negocio junto a su familia. El encargado de sala es Tigran, un joven armenio agradable y atento.

Este restaurante acicala al plato sirviendo cerdo, ternera, y ahora también pollo, cortados en finísimos filetes. Patatas fritas caseras sí, pero cortadas finas y fritas con talento para que parezcan los camarones de una torta, delgadas y crujientes. Ensalada Carboná, o sea, lechuga con tomate y cebolla, si, pero bien aliñada, sin olvidar sus aceitunas, el pan y una bebida. Todo por 18 euros por persona (Si es solo ternera 1,00€ extra). La Carboná ha convertido la salsa que lo acompaña, servida en pequeños cuencos de barro, en un éxito de marca que nos pone a todos a pensar mientras comemos, y con la que podéis bañar las porciones de carne que se acercan a la mesa ya fileteadas. Y si el misterio es una parte de la adicción, la otra es lo divertido de hacerlo uno mismo. Es llegar la comida a la mesa, y se entra en una especie de desenfreno que no para hasta que se ha cocinado el último filete. La carne viene en una bandeja de aluminio para que uno la ponga en juego, pudiendo servírsela y comérsela al ritmo que se quiera. Y las patatas pasan a montañas por la sala distrayendo los ojos de los comensales. Una celebración de los sabores tradicionales que han hecho famoso a “La Carboná”. Los postres van aparte, y son otro juego. De vino, y en eso si han cambiado, tenéis muchas más referencias que antes de su cierre, además de todo tipo de bebidas.

Os invitamos a sumergiros en la experiencia de convertir la parrilla es vuestro lienzo culinario. Cada mesa brinda el poder de cocinar la carne exactamente como más os guste. Desde el punto de cocción hasta los toques personales de sazón. Carnes a la brasa, conservando su esencia, ambiente acogedor, para familias y amigos. En definitiva, un restaurante donde la única elección posible pasa por ir, o no. Y quizás, más allá del juego o el misterio, en un mundo donde sobran las opciones, dejar una sola al comensal que se sienta en la mesa, puede que sea la fórmula definitiva del éxito. Me alegra comprobar que mantienen su filosofía de siempre y hoy, día de su reapertura, he disfrutado como nunca de este pequeño tesoro gastronómico tan original en su concepto. Solo os queda comprobarlo. (Parece un opción solo para el invierno, pero tienen aire acondicionado para solucionarlo)

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