Calle Mateos Gago, 9b 41004 Sevilla
Teléfono 954227309
Según algunas leyendas, el mar es la morada de todo lo que hemos perdido, de todo lo que no hemos tenido, de los deseos frustrados, de los dolores, de las lágrimas que hemos derramado. El mar es siempre fuente de inspiración, pero también un abundante proveedor de alimento. Cada año se producen alrededor de 59 millones de toneladas de pescados y mariscos, lo que representa el 17% de la proteína animal que consumen los humanos. Por eso son muchos en Sevilla los restaurantes especializados en productos del mar. Perteneciente al grupo hostelero GMI (Gusto made in Italy) el restaurante Il Pesciolino, situado en el corazón de la Capital Hispalense, es un restaurante que apuesta por una cocina italiana desconocida, basada en el pescado y marisco fresco. Abierto en 2020, su propuesta gastronómica os emplaza a un viaje lleno de productos y sabores del mar. Cocina mediterránea, buen ambiente y un servicio agradable, completan una experiencia que sabe a mar, con alguna cerveza italiana y vinos para maridar. Desde el exterior parece un lugar pequeño, pero en el interior encontramos bastantes mesas. En la decoración destaca su barra de madera clásica y los suelos en blanco y negro a modo de ajedrez. El techo pintado imitando un cielo con nubes bordeadas por querubines, lo que le da un aire armonioso y modifica la perspectiva del espacio. Lo cierto es que mi paso por Il Pesciolino no ha sido del todo satisfactorio, y lo siento por ellos, porque las credenciales eran buenas, pero al final te queda la sensación de ser uno de esos locales que se aprovechan de unos turistas que, en sus ganas de pasarlo bien de vacaciones, vienen para disfrutar de la gastronomía, el buen tiempo y todo lo que la ciudad les propone, ofreciéndoles platos mediocres a precios nada compensados.
Por eso hoy me apetece empezar por el final. Y para ello quiero resolver antes varias preguntas: ¿Por qué fuimos a un restaurante situado en la calle Mateos Gagos? ¿Por qué la mayoría de los establecimiento hostelero en los que se intuye la cercanía de la Catedral, la Giralda o el Barrio de Santa Cruz terminan siendo una trampa para turistas?, ¿Por qué un sevillano que se adentra en las zonas turísticas espera ya antes de sentarse que “se la metan” de una forma o de otra? Y por último, ¿Qué hago yo sentado en una terraza del centro, pasando calor, y escuchando a grupos de flamenquitos desafinando como burros? Me empecine en conocer este local porque nos habían hablado bien de su pasta y de sus arroces, y allí que fuimos. Y es que para poder hablar con propiedad sobre algo hay que haberlo probado antes. No vale hablar por lo que te cuentan o lo que crees que ves. Para ello me he disfrazado de viajero (vestimenta tradicional de bermuda, camiseta de algodón y bolso en bandolera) y me he lanzado a la calle más turística de Sevilla con la intención de comer en una de las muchas terrazas que luchan por captar la atención de los visitantes. ¿Temerario? Inconsciente diría yo. Pero soy así… y luego me pasa lo que me pasa. Nos traen la carta y empezamos a ser conscientes de los elevados precios de la mayoría de los platos: 35€ la crudité del mar (que tiene un artículo en si misma), fritura variada 23,90€, paella 29€ por persona, linguine al frutti di mare 26€, el lomo de atún 28€ o 30€ la dorada a la sal o 30€ por un pescado al horno. Las ensaladas rondan los 15€. Eso son los precios más significativos, pero la mayoría de los platos rondan los 25€. Cuidado que no es que sea un atraco, pero lo mismo lo podéis comer en zonas céntricas por mucho menos.
En la entrada tenéis un cartel con un caracol rojo con la frase “Slow food” que significa “espérate sentado a que salgan los platos mientras te tomas unas cervezas entre 4/5 euros la unidad”. 25 euros en bebidas antes de que llegara el primer plato, consistente en una bandeja con dos gambones descongelados del Mercadona, una ostra, una vieira, 10 gr de atún y tres trozos de salmón, eso sí, mucha frutita cortada y poco más, el plato más absurdo que he comido en años. Por 35 euros se te queda cara de imbécil. He tenido que bañarlo todo en limón para disimular ese incierto sabor y acompañarlo con vino blanco para poder terminármelo. Y es que no me gusta tirar la comida. Si la pido, me la como. Las guiris de la mesa de al lado (entiéndase que uso este término con todo el cariño) han sido más listas y se han repartido una paella entre dos. Eso y una botella de Chardonnay de Cádiz y habían triunfado. La mayoría de las paellas que les damos a los turistas en muchos restaurantes de Sevilla son como pienso para animales. Pero tengo que decir que los arroces de este local son muy recomendables, las cosas como son. Por fin llegan mis fantásticos linguine al frutti di mare, exquisitos. Aunque pagar 26 euros por un plato de pasta aunque tenga un ciento de mejillones dentro, sigue siendo un contraDios (como decía mi abuela), por lo menos para los sevillanos. Hemos terminado la copa de vino entre los dos para no engordar más la factura y he pedido la cuenta. He usado ese gesto tan universal de hacer que firmas para pedirla, porque tras semejante “atracón de sabores y sensaciones culinarias” no he encontrado las palabras para contarle al gerente que nos había parecido todo, excepto que nos podría haber ahorrado la crudité. Me ha llegado la cuenta y aunque me esperaba algo por el estilo, lo cierto es que ha dolido pagar la bonita cifra de 84,90€. Que conste que no es una cuestión de precio. Tengo comprobado que se paga un precio más alto cuando no se paga la cuenta. El sitio es el que es, y la localización incrementa su valor. Es un tema de calidad y formas. Si hay que pagar por una cierta calidad se paga, pero no por esto.
Así que todo lo que os iba a contar sobre las cartas dinámicas, la gastronomía italiana y su relación con el mar, se me ha ido, hablando mal y pronto, a tomar por culo. Y es que en Andalucía tenemos bastante cultura del pescado fresco, se sabe valorar este alimento. En este contexto, considero que es difícil sorprendernos en temas de productos marinos. Por eso lo que parecía un restaurante diferente y original, ha resultado ser un fiasco. Cuando salimos al extranjero, al menos yo, busco lo mejor de la cocina del lugar al que viajo… pero siempre tengo la debilidad de al menos un día buscar un sabor al que estoy acostumbrado. En general, el refugio es la pasta o la pizza, las hamburguesas o platos por el estilo. Siempre tengo ese día donde necesito comer de una receta que voy a conocer. La mayoría de turistas de nuestra ciudad no son gastrónomos y buscan la experiencia de lo que ellos entienden por paella o de lo que entienden por tapas…poco más. En el resto buscan la cocina que reconocen y les genera confort. Un restaurante para turistas debe tener una oferta de calidad para que la conclusión que saquen sea siempre positiva. Debe tener aquello que el turista espera poder probar en cualquier parte: unas tapas, jamón de calidad, o en el caso de restaurantes mediterráneos, un buen arroz de pescado y marisco que entienden como paella. Lo cierto, y en honor a la verdad, es que Il Pesciolino no es un mal restaurante, quizás algo inflado, quizás demasiado “guiri”. Que nosotros tengamos una mala imagen de este tipo de locales es sólo un arranque de pedantería o/y una crítica a que la media de locales de este tipo no estén dando una calidad ajustada al precio y al prestigio del sector. ¿Por qué hacerlo mal y no ser locales para turistas de calidad y prestigio? Ahí lo dejo.