Avenida Extremadura, 39, 41970 Santiponce
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Corría el siglo III a.C. cuando, finalizada la Segunda Guerra Púnica, el general Publio Cornelio Escipión establecía un destacamento de veteranos en el Cerro de San Antonio, a medio camino entre Hispalis e Ilipa. Escipión repartió parcelas en el valle del actual río Guadalquivir (en lo que hoy conocemos como Santiponce) entre los soldados de las legiones que habían vencido a los cartagineses. Esto llevó al nacimiento en el 206 a.C. de Itálica, la primera ciudad romana de Hispania y la primera urbe del imperio fundada más allá del territorio italiano. Han pasado 25 siglos y parte de esta riqueza ha llegado a nuestros días en un buen estado de conservación y puede ser visitada en el conjunto arqueológico de Itálica, un recinto que guarda celosamente sus restos. El complejo ocupa lo que en su día fue la ciudad nueva, ya que la vieja está prácticamente enterrada bajo el casco urbano. En la actualidad, Santiponce vive principalmente de la agricultura, de sus dos polígonos industriales y de la hostelería (en su mayoría alrededor de Itálica) con una interesante variedad de bares, restaurantes y ventas que alegran el paladar de vecinos y visitantes.
Justo frente a aquella ciudad nueva que los romanos levantaron, encontramos una bonita taberna que abrió sus puertas allá por 2015. Taberna La Romana es el proyecto de Guillermo Rodríguez Borrallo y su familia. Una familia de poncinos vinculados a la tradición hostelera de Santiponce y parientes de los dueños de la famosa Caseta de Antonio. El negocio se montó en la planta inferior de la vivienda familiar, donde todavía residen. El patriarca está en la cocina, y su hijo y el primo de este, en sala atendiendo a la numerosa clientela que acude a un negocio significativamente distinto a los muchos asadores establecidos desde hace años en esta zona baja del Aljarafe. Lo primero que llama la atención al llegar es el rojo almagra del exterior y su agradable terraza llena de plantas. La bonita decoración está diseñada por ellos, y el azul es el color que predomina en las paredes del interior. Un interior de estilo rústico que mezcla elementos contemporáneos y detalles clásicos, como las sillas y mesas provenzales, lámparas de rafia natural o apliques de tejas a modo de lámparas de pared. Al fondo, grandes estanterías repletas de botellas de vino (ninguno de la tierra). La luz es agradable y a pesar de estar lleno de clientes, el ruido es soportable.
En La Romana se puede comer a base de tapas y raciones. Comida casera, con algo de quinta gama, y con especialidad en pequeñas tortillas elaboradas en el momento. La carta no es ni demasiado extensa ni demasiado sugerente. Una oferta en la que se mezclan el tomate aliñado o el salmorejo 3,50€, con las gyozas de pollo 4,50€, las alitas BBQ 4,90€ o el bao de carrillada 4,50€. Famosas son sus patatas italianas con alioli y huevo frito 7,50€, su brioche de pringá con roquefort 3,60€, las croquetas caseras 7,00€/6ud o las tortillas 5,00€, que podéis tunearlas por 1,00€ más cada ingrediente extra. Del mar tenéis la pata de pulpo brasa 18,00€, la ventresca de atún 8,00€, brochetas de langostinos 4,50€, chocos, taquitos de merluza o bacalao dorado, por 3,80€ la tapa. Carnes como el pollo a la Romana (bastante sencillo) 3,20€, solomillo al whisky, al P.X o al roquefort 3,80€, presa y solomillo ibérico 18,50€. Creo que lo mejor de la comida fue la torrija de brioche con helado de vainilla 5,50€, pero también tenéis brownie 5,00€, mouse dulce de leche 4,00€ o cheesecake 4,50€. Como os decía y a pesar de tener estanterías llenas de botellas, poca variedad de vinos, solo Rioja y Ribera del Duero, ningún vino andaluz, algo que debemos ir mirándonos.
Hasta aquí hemos contextualizado de forma objetiva nuestro paso por este local. Ahora os cuento mi experiencia, que puede ser diferente a la vuestra. Os digo esto porque me ha pasado últimamente que a algunos dueños de establecimientos no les han gustado mis conclusiones y así me lo han hecho saber. Nosotros fuimos tres personas un día festivo y nos sentamos (previa reserva) en la terraza en la que aún en octubre, molesta el calor. El local estaba lleno, algo que no debería ser excusa para lo que os relato a continuación. Nos atienden rápidamente para traer las bebidas y después de 40 minutos y de repetir consumición en dos ocasiones porque no llegaba la comida, llega la primera tapa, bastante tiempo después que a la mesa junto a nosotros que llegaron 15 minutos más tarde. Eso ya molesta, pero si además las tapas llegan con cuentagotas y comemos cada uno a una hora distinta, la cosa se pone desagradable. Pero lo que termina el cuadro es que el postre llega antes que la última tapa, con lo que espera a que llegue el pollo para tomarte la torrija. “Así son las cosas y así se las hemos contado”. Seguro que me dirán que es injusto que cuente estos detalles, pero si no puedes abarcar tanto público, contrata a alguien o quita mesas, no queda otra. Por lo demás, la atención fue agradable y el precio súper económico. Nuestra comida para tres, 45,80€. Lo mejor que os lleguéis para sacar vuestras propias conclusiones.